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La ilusión de la libertad

“En mis 47 metros cuadrados me siento más libre que antes, cuando podía circular con mayor libertad”, me confesó Flor con una gran sonrisa y sin titubear. ¡Vaya paradoja!, pensarían muchos, pero, curiosamente, no era la primera vez que había escuchado una sentencia semejante en estos últimos días, en estos tiempos extraños de una cuarentena inédita que impacta a cada espíritu de manera desigual. Es que claro, dependiendo de cuál sea nuestra situación socioeconómica, el tono de nuestras luchas diarias y los propios tratos con los ángeles y los demonios que nos acompañan más intensos que nunca, el espejo nos devolverá verdades asombrosas que hablan de nuestras elecciones de vida; hoy, en esta calma forzada y sin escapes posibles, en unas cuantas almas emergerá aquello que en nuestra rutina ordinaria intentábamos negar. 

“¿Por qué te sentís más libre?”, le pregunté curiosa. “Porque ahora trabajo con la misma productividad, pero desde casa y sin las horas perdidas de viaje desgastante; porque comparto tiempo precioso con mi hija, bailo mucho junto a ella y hago ejercicio cada día, en un horario que elijo, sin falta, pero con alegría y sin sentirlo como una obligación; pero, ante todo, porque ahora me río mucho y me levanto con una inédita sensación de paz”. 

Foto: Pixaway


Libertad. Tantas veces me encontré reflexionando acerca de ella, nuestro mayor tesoro por el que cada día debemos luchar. ¿Pero qué es, en definitiva, la libertad? ¿Qué significa ser libres? Sin dudas allí, en donde no podemos ser nosotros mismos, somos esclavos; y allí, en donde nuestra vida esté digitada por otros, nos sentiremos encarcelados. Estas sensaciones de asfixia arriban a lo largo de nuestra historia, una y otra vez, sin importar la movilidad permitida por los gobiernos, ni los metros cuadrados con los que dispongamos. 

La libertad, como concepto absoluto, no tiene una definición única. La libertad, de hecho, es una utopía, un bello ideal que, aun a pesar de ser casi una ilusión, debemos defender a capa y espada 

Es una utopía porque somos sujetos sociales, es decir, estamos sujetados a un sistema que nos mantiene atados a diversas cuerdas invisibles que delinean nuestra vida. Siempre digo: no se puede pagar la luz con abrazos, ni el pan con billetes del juego El estanciero. Así, bajo normas a seguir, formamos parte de una sociedad que nos presenta un mapa con reglas. Tal como si fuera una cancha de fútbol, si las violamos o tiramos la pelota afuera, existen consecuencias; si las faltas se reiteran, quedamos al margen del juego; metáforas de lado, quedamos al margen de la vida. Sin embargo, si decidimos formar parte de la partida permitida, dependerá de nosotros cuánto territorio de ese mapa limitado estemos dispuestos a recorrer: ¿Nos quedaremos caminando en círculos sobre nosotros mismos o nos animaremos a explorar aquello que está habilitado, a fin de ir más allá de nuestros horizontes conocidos? 

Cada territorio de nuestro planeta Tierra está delimitado por fronteras que contienen sus propias reglas. De esta forma, si soy una mujer nacida en suelo musulmán, mis límites de recorrido libre se encontrarán muy estrechados. Sin embargo, allí existieron y existen mujeres heroicas capaces de utilizar todo el mínimo territorio de su pequeño mapa disponible, y que en ese uso completo han logrado elastizarlo hasta ampliar los márgenes su libertad; en su caso, estamos ante una lucha titánica, digna de admirar.  

En nuestro territorio, en cambio, actualmente como mujer tengo el derecho a la libre elección de mis movimientos mientras cumpla las leyes generales, tengo derecho a elegir mi religión o la ausencia de ella, mi carrera, mi trabajo, el lugar donde quiero vivir, la maternidad y el amor. Todas estas posibles elecciones, ¿me garantizan mi libertad? No, simplemente me garantizan un mapa. Porque si estoy presionada (o presionado, por supuesto) a seguir una determinada carrera para cumplir con un mandato familiar, por ejemplo - ¡y vaya si conozco casos! - por más que las reglas nacionales me digan que soy libre de elegir lo que me plazca, habré transformado mi mapa disponible en un reducido territorio. Eso, aunque lo niegue con todas mis fuerzas, me aleja de la libertad. 

Foto: Pixaway


Así, ante la perspectiva de que somos sujetos sociales, la libertad no existe. Y, sin embargo, también podría afirmar todo lo contrario. Porque la libertad – por fortuna - sí se siente. La libertad es una sensación. Me siento o no me siento libre. Más allá de las normas, más allá del mapa, más allá de las fronteras, cada uno sabe en qué situaciones de su vida ha sentido ahogo y en qué instancias de su vida ha sentido LIBERTAD. 

Y es por esa deliciosa sensación de libertad por la que debemos luchar cada mañana. Esa es la sensación de libertad que Flor, yo y tantas otras personas de este mundo hemos perdido en varias ocasiones, atrapadas por el exitismo social, las cuerdas del trabajo, el ego pendiente del qué dirán o un falso amor. 

A Flor le gusta trabajar, le gusta ejercitarse, le gusta bailar, leer, escribir y compartir tiempo con su hija. Antes lo hacía, y ahora también. Sin embargo, ahora se siente más libre, ¿por qué? Porque antes a ella, como a muchos seres que transitan este mundo, le decían a qué hora debía fichar para marcar el comienzo de su día laboral, algo que la forzaba a salir con mucha anticipación y enfrentar un sinfín de reglas en el camino; ya en su empleo, le decían a qué hora debía tener algo de hambre y comer, y a qué hora podía “liberarse” de su obligación -sin importar que tal vez no hubiera más trabajo por hoy. Entonces llegaba el momento disponible para hacer ejercicios y bailes que no disfrutaba del todo, porque quedaban atados a un horario fijo y forzado, que finalmente abandonaba no sin culpa, ahogada por la presión. Y luego, estaba el tiempo disponible para compartir con su hija y con sus otros seres queridos; poco tiempo, claro, y bastante desgastado, por cierto, azotado por el día largo y signado por el fantasma de la limitación.  

Varias voces dicen que Flor, yo y tantas otras personas deberíamos sentirnos agradecidos aún en los momentos de angustia irrefrenable provocada por la sensación de llevar una vida digitada; agradecidos porque hay techo y trabajo, algo que vale oro en un mundo desigual. Y, sin embargo, vivir en tensión, con ansiedad y angustiado, trasciende las circunstancias y son emociones indomables universales y que pueden alcanzar oscuridades insospechadas. Sí, uno debe estar y puede estar agradecido - profundamente de hecho-, pero a pesar de ello no sentir libertad. Y de ella estamos hablando. La libertad, la paz y el amor son sentimientos que, aunque insistamos, no se pueden forzar. Y todos, más allá de los escenarios, tenemos derecho a reconocer nuestras angustias sin culpas, y debemos pelear por vivir amaneceres de sensaciones genuinas; sin resignaciones, sin conformismos.  

Foto: Pixaway


La mujer de esta historia hoy se siente mejor de lo que se sintió en años, sin moverse de sus 47 metros cuadrados; lo siente porque en estos días trabaja, se ejercita, lee, come, ama y baila sin que nadie le diga cuándo debe hacerlo. Ahora, a pesar de que el mapa está estrechado, ella se mueve sin miradas enjuiciadoras ni cuerdas asfixiantes, y por ello, puede palpar y sentir la libertad.   

Pero ante semejante revelación no todo puede terminar aquí, ¿o sí? El gran desafío para ella y muchos será volver al mundo ordinario (donde ciertas regresos a rutinas establecidas serán inevitables y hasta necesarios), sin ahogar en ese camino las sensaciones vividas, algo que provocaría el retorno de la angustia y la tensión. El reto será sentirse igual de libre, o más, en el gran mapa. Sumar libertades: mentales y geográficas. No callar ni callarse deseos develados; proponer y proponerse nuevas ideas para mejorar la calidad de vida y el desempeño cotidiano; todo esto, a fin de recorrer nuevos territorios disponibles y, por aquel sendero, defender cada mañana la propia bandera, esa que nos brinda sensación de paz y que nos aleja de esa sensación de ser rebaño, de ser un número más.  

El desafío será defender la sublime bandera que representa nuestro propio mundo, que respeta nuestra identidad esencial y que, al observarla cada día, nos transmita una fuerte sensación de libertad.         
*

¿Cómo se sienten ustedes estos días? Les comparto un hermoso tema de una gran película llamada Walter Mitty, que narra la historia de un hombre encarcelado por sus propios límites mentales, temeroso de volver a sentir esa libertad perdida en algún rincón de su infancia y adolescencia.


       

Comentarios

  1. EXCELENTES REFLEXIONES! Bravo

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    Respuestas
    1. Me encanto tu historia de Marbella.Felicitaciones..tbien soy argentina..y muchisimos años viviendo aqui.Tu descripción de Marbella es tal cual.!!!! 👏👏👏👏😘

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  2. jcardoso10@gmail es mi viejo correo; ahora estoy usando "jinete@outlook.com" Soy Jorge Augusto Cardoso. Me encanta la forma en que Carina redacta. Sabe describir sentimientos diversos que llegan al alma. Siento placer al leer sus escritos.

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