Ir al contenido principal

Caminos para diluir la angustia e ir hacia una paz auténtica

Había amanecido, por la ventana podía observar los primeros rayos del sol colándose tímidos por la persiana anunciando que el día sería hermoso. ¿Pero qué significa que un día sea hermoso? Tantas veces me descubro adorando la lluvia suave y la torrencial, los truenos y los relámpagos, en especial cuando escribo. Sin dudas, la belleza pasa por el filtro de nuestra esencia y se vuelve relativa a cada espíritu.  

También disfruto de los días soleados, preferentemente si son frescos, y esa jornada todavía parecía querer aplazar el castigo que para mí representa el calor sofocante. Gracias. Pero, aun así, no pude evitar sentir que no había nada especial asomándose aquella mañana. Entonces descubrí que estaba angustiada y sin razón aparente. 

Decidí desafiar a las piedras que se habían atascado en mi pecho y levantarme de la cama con la esperanza de que las sensaciones se despejaran con mi amada taza de café. Sirvió bastante, nunca deja de sorprenderme la capacidad de mejorar nuestros estados de ánimo que posee el simple hecho de conectarse con algo que involucre nuestros cinco sentidos. La cerámica tibia entre mis manos, junto al aroma y el sabor de mi bebida, habían comenzado a tramar su pequeño hechizo.  



7:45 marcó mi reloj y supe que era tiempo de salir a la calle y caminar las cuadras que me separan de mi clase de yoga de las 8. Adoro caminar y últimamente lo hago menos. Otra quita a mis sentidos. A medida que fui avanzando pude observar a un barrio ya agitado: hora de llegar a los colegios, de partir hacia los trabajos y abrir ciertos comercios. La gente iba automatizada y el hecho de cruzarme con el mismo chico de la bicicleta en la misma esquina que la última vez, incrementó mi sensación de malestar. “Vidas programadas”, pensé inevitablemente. 

Debo confesar que tampoco me entusiasma tanto seguir una rutina sistematizada en yoga, pero también debo admitir que después de cada encuentro me siento indefectiblemente más liviana. Al final sí me gusta... “Vamos a comenzar con algunas respiraciones conscientes, profundas”, dijo la profesora ese día, “En cualquier momento de sus vidas, cuando estén angustiados, respiren sentidamente para conectarse con el presente. La angustia así se diluye”, continuó. 

Cuánta sincronía, pensé, yo angustiada sin saber por qué y ella acercándome una solución que ya conocía, pero que siempre viene bien recordar. Y funcionó, ya me sentía mejor. Sin embargo, en mi fuero interno sabía que aquellas no dejaban de ser técnicas momentáneas que incluso, a veces, nos llevan a barrer la raíz del problema bajo la alfombra. 

Es que muchas veces tengo esa potente sensación de que vivimos en un mundo ordinario que finge y se miente. Permanecemos en lugares a los que ya no pertenecemos por culpa, miedo y el maldito fantasma de evitar vacíos y sensaciones de tiempos perdidos: si me voy de lugares, personas, actitudes, mandatos, hábitos o creencias adoptadas por años, ¿qué hice entonces? ¿malgasté mis días? “No, yo quiero quedarme acá”, nos contamos entonces, “yo lo elijo”, nos reafirmamos, “no hubo tiempo perdido, no hay vacío de identidad”. Lo exclamamos bien convencidos, pero muchas veces es simplemente una mentira que decidimos comprar. 



Siento que la angustia es esa sensación inexplicable que nos viene a alertar que nuestro presente -aquellos senderos que estamos transitando en el hoy- no están en sincronía con nuestros sueños y deseos verdaderos. Nuestro presente está bifurcado: la dirección de nuestra vida no coincide con el camino de nuestros sentimientos auténticos.  Enojada, la angustia nos grita: ¡basta de habitar en el pasado, dándole mayor peso al tiempo invertido! ¡Es hora de abrazar el hoy! No habrá futuros brillantes si no nos conectamos con presentes sinceros, que respeten nuestra identidad esencial... y claro, para ello no solo basta con llorar hasta desahogar y respirar, también hay que observarse en el espejo de la verdad y accionar.  

Llegué a casa, preparé otra taza de café y un pan integral con palta. Respiré diez veces hasta sentir que el aire había ingresado a cada célula de mi cuerpo y me senté a escribir mi nota de los miércoles. Me sentía mucho mejor. La angustia se había diluido, pero algo en mí me dijo que debía permanecer alerta.  

*
Desde aquel día pasaron varias semanas. En esta mañana navideña de diciembre, casi de fin de año, las emociones que me invaden son múltiples, con ese sabor inevitable a balance. Mi angustia, por fortuna, no ha regresado. Tal vez sea porque en estos tiempos algo en mí comenzó a transformarse y esa certeza me brinda una sensación de paz agradable. 

Hoy más que nunca, y cada vez que sea necesario, quiero ser capaz de animarme a combinarlo todo: las fórmulas mágicas instantáneas - como un respirar sentido y mi taza de café sanadora – y las otras, las más profundas. Y sé que para ello, en el caso de que una angustia extraña emerja, deberé tomar coraje, sacarme todas las máscaras, mirarme al espejo y preguntarme con honestidad: ¿por qué no estoy amando mi presente con todo mi ser?  ¿Me siento así frecuentemente? Y si es así, ¿Qué debo trascender? ¿Qué debo resignificar? ¿Qué debo dejar ir? ¿Es tiempo de cambiar? 

Estas son todas preguntas que en el pasado me han enfrentado a temerosos vacíos inciertos, pero que a su vez me han permitido volver a colmarme de nuevas elecciones, partiendo desde lo auténtico. 

Fueron interrogantes que me llevaron a transitar un presente pleno y libre de identidades forzadas; un presente libre de angustias de esas que oprimen el pecho. 

Para estas fiestas brindo porque todos tengamos siempre el coraje de formularnos estas preguntas y volvernos los héroes de nuestras propias historias. Una historia que nos conduzca hacia una paz que no sea efímera, sino verdadera.

*
Me despido con este temazo. Es tiempo de despertar. 


     
      

Comentarios

Entradas populares de este blog

Acerca de la libertad

A los 19 me fui de mochilera  a Europa . Había estado tres años ahorrando para el pasaje y un ticket de tren que me permitiera visitar algunos cuantos  países de aquel continente encantado: serví en una casa de comida rápida, di clases particulares y cuidé niños para llegar con lo justo a emprender la tan  anhelada  aventura.     Era enero; Buenos Aires se derretía y aquellas viejas tierras estaban  cubiertas  por un manto grueso de nieve. El frío en mis pies y manos y la falta de sueño, me acompañaron durante toda la travesía; o casi toda en realidad.  Todavía recuerdo los 15 grados bajo cero de Innsbruck, una pequeña ciudad salida de un cuento de hadas, revestida de blanco y recortada en un cielo de un azul  diáfano , memorable.   Mis retinas  hicieron  todo lo posible por capturar la magia de las montañas, las casas de techos a dos  aguas  y maderas a la vista, pero la helada, que cortaba mi rostro, dolía y me impedían pensar con claridad y distinguir las emocion

La trampa del ego

Dicen por ahí  que  para alcanzar cierta constancia en el bienestar del alma a veces  necesitamos ser  algo " egoístas" . Que debemos o bservarnos, escucharnos, atender nuestros instintos y conectarnos con aquello que sentimos y necesitamos, más allá de la familia, los amores, la sociedad y el qué dirán.   Creo que  s er un tanto egoísta , en el sentido   de pensar en uno mismo y en aquello que nos hace bien a nosotros en la vida, es una manera de alejarnos de la trampa del ego, aunque nos resuene como algo contradictorio.   Cuando estamos  sumergidos en su   trampa nuestro   ego busca ser querido, admirado y aplaudido. Relegar nuestros propios sueños y deseos para atender únicamente las necesidades ajenas, por ejemplo, lejos de convertirnos en mejores,   generos os  y humildes, nos puede acercar hacia las aguas que nos transformen en seres  manipuladores ; seres que, a través del puro sacrificio, lo único que anhelan constantemente es el reconocimiento.  

El miedo luz y el miedo sombra: las dos caras del temor

Una y otra vez, me descubro repitiendo ciertos hábitos de mi infancia. Como la otra noche, cuando en medio de la madrugada descubrí que mi pie se encontraba  destapado, desprotegido, a disposición del coco y de los diversos monstruos que rondan en las penumbras. En un movimiento urgente lo arropé como corresponde para que ninguno de ellos tire de él y me arrastre hacia el inframundo. Con  una  sábana fue suficiente para sentirme resguardada, como si la misma contara con poderes especiales y funcionara como un campo magnético impenetrable. Y así, ya en calma y nuevamente protegida, proseguí con mis dulces sueños.   El miedo. Los miedos. Como todas las emociones humanas, siento que nos domina y nos libera. Que nos puede destruir por completo o, por el contrario, guiarnos por caminos de superación.   El miedo tiene luces y sombras, aunque las sombras tantas veces dominan...    El miedo nos moviliza o nos paraliza.   Desde los orígenes de la humanidad fueron