“Lo lamento tanto, para mí el amor es como una cárcel, una condena. No puedo vivir sin él, pero al mismo tiempo le huyo, siento que me aleja de la libertad”. Estas fueron algunas palabras aproximadas escritas por Antoine Saint Exupery, dirigidas a una de sus tantas amantes poco tiempo antes de sufrir un accidente aéreo y morir.
Fueron palabras de aquel eterno romántico infiel, que a través su obra El Principito nos dejó grandes enseñanzas sobre las formas de ver la vida y el amor, siendo esto último una danza que jamás pudo dominar con destreza; un baile a partir del cual pudo construir hermosas teorías acerca del querer y el amar, pero que en la vida misma le resultaron un desafío titánico, tormentoso, difícil de concretar.
Es que es eso lo que suele sucedernos con aquellos enormes temas universales que nos impactan a lo largo de nuestra vida: los pensamos, los desmenuzamos y los analizamos hasta el cansancio. Cada uno tiene SU gran tema, aquella cuestión que nos desvela, a la que volvemos, una y otra vez, para tratar de descifrar sus códigos, desentrañar sus misterios encriptados; regresamos porque nos traba, nos trauma, nos desafía, nos hace vivir en una circularidad por momentos enloquecedora.
Así, nos volvemos perfectos maestros teóricos de nuestro GRAN TEMA. Dependiendo del momento que estemos atravesando en la vida, para algunos el tópico dominante será la identidad, para otros la mentira, en ciertos casos es el enojo, la culpa, el miedo, la autoestima, la paz, la soledad, la muerte, la libertad.... para unos cuantos EL AMOR. Y el amor junto a la libertad.
Sí, ¿Cuántos de nosotros habremos estado allí, lidiando con aquella danza suave y frenética, sublime y odiosa, del amor? Sin dudas, ahí estuve. Me balanceé entre mis contradicciones, me condené y me liberé, confundí la sincera entrega de nuestro corazón con la libertad y, así, experimenté la misma sensación agridulce que Antoine: miedo y atracción hacia un suceso que por momentos para mi espíritu se sentía como una condena cuya única solución era la soledad.
Porque a diferencia del amor hacia un amigo, un pariente, un animal o una causa, el amor romántico, el de pareja, muchas veces nos suele desequilibrar, alejarnos de nuestro eje y desdibujar nuestra identidad. Lo hace porque no solo incluye mente y alma, también conlleva cuerpo íntimo, química, una química que tantas veces nos ciega y altera, nos aleja de la realidad.
Sin dominio completo de nuestro ser, nos sentimos atrapados y con la sensación de que hemos perdido el control de nuestro destino, nuestra libertad.
Y, en aquella travesía tramposa, no logramos percibir que tal vez no sea el otro el que nos esté encarcelando, sino que somos nosotros los que nos dejamos atar a cuerdas invisibles, y nos permitimos caer en el olvido de nuestra verdadera esencia, nuestros deseos, nuestra forma de ser real. Pero, ¿cuál es nuestra forma de ser real?
“Aunque no quería, tuve una relación de amor libre y no funcionó. Accedí a sus pedidos porque estaba enamorada y no quería perderlo”, me confesó hace un tiempo una conocida. Sus palabras me quedaron resonando. ¿Amor libre? Si todo amor debería serlo. Aún por momentos lo olvido, pero ya no lo dudo. Debería ser un caminar libre de a dos... Pero claro, ella no se refería a eso, hablaba de una relación de amor abierta a tener otras parejas, por supuesto.... algo que, a mí modo de ver, nada, pero nada tiene que ver con la libertad.
«La libertad significa que no tienes obstáculos para vivir tu vida como eliges. Cualquier otra cosa es una forma de esclavitud.», dijo Wayne Dyer, y es por ello que creo que esta persona, lejos de haber vivido un amor libre, vivenció uno prisionero.
Porque si yo elijo que quiero vivir en la monogamia y me veo forzada a lo contrario, no pude ejercer mi libertad. Lo mismo sucede si me veo encerrada a una relación exclusiva, cuando esto no representa mi forma de ver y pensar acerca de cómo vivir el amor romántico en la vida.
Considero que el amor libre es el único camino posible cuando se trata de amar. Y, a mis ojos, esto se reduce a vivir en la autenticidad, a transitar la existencia en un marco de elecciones propias y verdaderas, sean las que fueren. Y si en el camino, debo forzar a mi contraparte a vivir una vida que no elegiría, el objeto de mi afecto sin dudas habrá perdido su libertad.
Luchar por nuestra libertad en un vínculo de amor considero que debe ser siempre nuestra bandera. No solo en relación a nuestros códigos íntimos de pareja, sino en todos los aspectos que involucran nuestro propio mundo, nuestra individualidad: nuestros proyectos, sueños, amistades y pensamientos ideológicos. Siempre me repito: debemos luchar por ser fieles a vivir la vida que nosotros elegimos y no una que elijan por nosotros. Eso es libertad.
Pero sé que no es fácil, porque aun a pesar de estas certezas, con la explosión química del cuerpo, el alma y la mente involucradas, es sencillo caer en la trampa de desdibujarse, de olvidarse de algo tan importante como ¿quién soy?
Siento que, definitivamente, el quién soy es la llave hacia la libertad.
Sin nuestras propias pasiones y vocaciones exploradas, ni identidad esencial reconocida, no sabremos qué bandera defender, lo que nos convertirá en barcos a la deriva, navegados hacia destinos ajenos y esclavos.
Por el contrario, con nuestra identidad revelada sabremos tomar nuestro timón, y así encontrar nuestro cauce y dirección. Y en nuestra travesía, cuando nos hallemos ante el amor, será más probable que nos presentemos auténticos y podamos sostener nuestra individualidad y libertad; lo podremos hacer, porque seremos capaces de reconocer dónde es que habita nuestra verdad. Así, y cuando el otro también se devela fiel a sí mismo, podremos elegirnos sin máscaras y transitar el amor de la mano de la libertad.
Creo fervientemente que uno puede entregarse plenamente al amor sin perder la libertad. Lo creo, porque el amor ES libertad. Lo que se aleje de aquel camino, sospecho que podrá ser muchas otras cosas, pero dudo que sea amor.
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“Conoces lo que tu vocación pesa en ti. Y si la traicionas, es a ti a quien desfiguras; pero sabes que tu verdad se hará lentamente, porque es el nacimiento de un árbol y no el hallazgo de una fórmula”. Antoine Saint Exupery
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Me despido con este tema de una de mis bandas favoritas de todos los tiempos...
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