“Lo bueno llega solo, simplemente hay que estar atento. Creo que en la vida hay que dejar que las cosas fluyan”, escuché decir el otro día y, sin más, esa noche me fui pensando en esa palabrita: fluir.
Cuando pienso en fluir inevitablemente imagino un río más bien estrecho y rápido. Se origina en el deshielo que lo ve nacer y corre decidido entre subidas y bajadas, entre piedras apenas perceptibles y rocas que casi lo coartan, pero sigue, avanza, no se detiene hasta llegar a su destino amplio para fundirse en un descanso de aguas mayores, donde ya no precisa avanzar decidido, simplemente puede dejarse balancear en paz por el viento que sopla sobre el mar.
Creo que, entre frases hechas, fiaca y positivismo edulcorado, a veces caemos en confundir el sentido de las cosas. Personalmente, y como expresé en tantas otras ocasiones, soy una convencida de que en la vida hay que moverse, hay que tomar las riendas y accionar para que, entonces sí, las cosas fluyan. Pero en ciertas ocasiones, cuando danzamos entre el adormecimiento y la resignación, creemos que todo al final es una cuestión de suerte y destino, y que tan solo basta con permanecer esperando que un buen temporal nos lleve hacia los lugares correctos. Sinceramente, no conozco a ninguna persona que haya alcanzado sus sueños en la quietud, a la espera de que algo o alguien lo sacuda. Y una tormenta me puede sacudir, sí, pero realmente avanzar depende de uno.
Lo que quiero decir es que considero que en la vida no hay que dejar que las cosas fluyan, sino que nosotros tenemos que provocar que fluyan. Y para que fluyan, tiene que haber una base contenedora y una dirección, que son nuestra responsabilidad, creación y decisión. A eso le llamo el sentido de la vida.
Nada fluirá en la vida si nosotros no generamos ese movimiento que avanza. Porque no es lo mismo el vaivén oscilante del mar, que el correr con sentido del río. Así, si nos animamos a bucear en el quiénes somos, en qué nos apasiona y qué es para nosotros lo esencial para nuestra alma y nuestra vida, ya no pretenderemos que aquel balanceo del mar nos empuje hacia alguna isla azarosa, sino que seremos aquel río, que aun a pesar de las rocas y las sequías se reencuentra, una y otra vez, con su cauce para fluir decidido.
Considero al “sentido de la vida” como una expresión maravillosa. A primera impresión nos remite a un “para qué nacimos, para qué vivimos” y solemos tener un número variable de contestaciones: “los hijos son el sentido de mi vida”, “Ayudar es lo que le da sentido a la vida”, “Viajar es el sentido de mi vida”, “Este momento sublime ya le dio sentido a mi vida” y así, tanto más. Pero la semántica de la expresión tiene mayor profundidad; la palabra sentido marca dirección (¿en qué sentido debo ir? ¿Es hacia la izquierda, hacia la derecha, arriba, abajo, adelante, lejos, cerca?) y también refiere a los sentimientos, a una vida sentida, a sentir. SENTIR LA VIDA.
Cuando fui consciente de esta triada semántica experimenté un alivio ante la revelación: no se trata de una respuesta final, no es un destino; es un viaje, MI viaje.
Mi sentido de la vida habita ahí donde el recorrido de mis sentimientos auténticos y el camino que estoy transitando efectivamente coinciden o, al menos, se acercan.
Si la línea imaginaria que marca el sendero de la vida que estoy viviendo no respeta mi identidad, mis auténticas pasiones, mi verdadero sentir, estaré viviendo una existencia bifurcada, que me provocará adormecimiento, cansancio y, justamente, sensación de sinsentido, como si estuviera dando brazadas o haciendo la plancha en un mar sin tierra a la vista, y que se impone sobre mi mente y mi cuerpo. Sí, allí habrá movimiento, pero movimiento sin dirección.
En cambio, si la dirección que toma mi vida coincide con la de mis verdaderas emociones y deseos, habré encontrado un trayecto sentido como el correcto, la dirección y el sentir habrán coincidido; estaré transitando el sentido de mi vida.
Y es por ello que siento que es tan importante preguntarse quién soy, cuáles son mis verdaderas emociones y deseos. Porque la única manera de saber cuán lejos estoy de mi sentido correcto es explorando mis emociones para que me indiquen el camino, para así poder vislumbrarlo y abrir mi trayecto hacia él. Al descubrirlo, podré dirigir mis energías para salir del mar errante, tocar tierra, subir las montañas que sean necesarias y encontrar mi propio río. Y, entonces sí, fluir.
La otra noche, sumergida en mis pensamientos, concluí que las cosas solo fluyen cuando acciono para que mis sentimientos verdaderos coincidan con el camino que estoy atravesando.
Fluyen cuando estoy transitando mi sentido de la vida, que no es una meta, es un andar explorador y auténtico. Es ser fiel a uno mismo.
Me despido con este tema de esta gran banda que dice:
"Sombra, suéltame,
hay algo que debes saber.
Acabo de encontrar mi nueva dirección y espero que te guste la llave como el aire que me llevó allí. (...) Ella pintará tus cielos negros de azul, ella te dará protección a prueba de balas. Tengo una sensación de resurrección, cuando tengo miedo, y estoy a punto de perderme, ella me da zapatos de viaje. Ella es un río y está frente a mí.
(...)
Ella es el espíritu de la creación, tengo una gran cantidad de poses,
pero ella es la última garantía de oportunidad, dulces milagros y rosas. (...) El río está frente a mí y me dice que cada cielo tiene mil habitaciones. Así que llévame a ese paseo de la libertad”.
Maravilloso fluir es transitar las fronteras de la vida y encontrarnos a nosotros mismos en el camino
ResponderEliminarAsí lo siento. Saludos y buen viernes!
Eliminarexcelente, comparto la reflexion
ResponderEliminarAbrazo! Qué lindo que te gustó.
Eliminar"Cuando fui consciente de esta triada semántica experimenté un alivio ante la revelación: no se trata de una respuesta final, no es un destino; es un viaje, MI viaje."
ResponderEliminarAy Cari!!!! Qué viaje! Gracias, hermoso pensamiento la vida, su sentido y el viaje.
Abrazo fuerte! Recién veo el mensaje... beso grande y gracias a vos!
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