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De amigarnos con la muerte para abrazar intensamente la vida

Hace muchos años ya que me diagnosticaron hipertensión

Sdetectó por primera vez gracias a una visita voluntaria al cardiólogo siendo muy joven. No tenía síntomaspero por algún motivo algo en mi intuición me indicaba que las cosas en ese sentido no fluían de lo más normales. Por entonces, tenía 30 años.  

Recuerdo que, antes de que lo detectaran, el cardiólogo me miró como si fuera un bicho raro. "Mujer joven, contextura delgada. Te reviso, pero apuesto a que todo está normal", me dijo. Años más tarde, me confesó que la cardiología era un área que siempre se había estudiado tomando a los hombres como referencia, por ser más propensos a enfermedades relacionadas. 

"Pero las exigencias en de vida de las mujeres cambiaron. Están expuesta a las mismas y, a veces, más presiones que los hombres", se explayó, "Y resulta que pareciera que todos los síntomas son distintos y poco se sabe todavía". 

Con la hipertensión controlada siempre supe que podía quedarme tranquila y tener un pasar normal y feliz y, sin embargo, recuerdo que detesté el diagnóstico. Odié con toda mi alma tener que recurrir cada día a un blister marcado con los días de la semana, uno que me recuerda el paso del tiempo, de la vida. Es un tipo de sujeción que me ahoga, una clase de atadura que me genera rechazo. 

Pero lo hago; sí, lo hago porque con un poco de disciplina no me cuesta nada y porque, lamentablemente, pude conocer gente muy joven que hoy no transita más por esta tierra a causa de ACV´s o paros cardíacos y, por supuesto, yo no quiero morir.  

Quiero vivir. Vivir a colores, vivir intensamente.



Morir. De todos los interrogantes, incertidumbres y destinos inciertos en nuestra vida, la muerte es nuestra única certeza. Y, sin embargo, por algún motivo más que extraño actuamos como si fuera una intrusa, una desconocida, una rareza, una equivocación de nuestra especie. Ante cada muerte, una y otra vez, reaccionamos con una sorpresa infinita, como si fuera el suceso más extraordinario que pudiéramos vivenciar en este precioso planeta. Este, el acontecimiento más ordinario de la vida, siempre nos visita con la guardia baja y nos afecta como si fuera una forastera.  

Tan poco naturalizada la tenemos que apenas si la podemos nombrar, como si al ignorarla la pudiéramos evitar. Pero en esta misma tendencia, la de jugar las cartas de la indiferencia, creo que nos arrastramos hacia a un efecto contrario al buscado. Al no nombrarla, al disfrazarla y taparla, le otorgamos una entidad oculta dominante, que nos inunda de miedos poco definidos, nos regala una falsa sensación de tranquilidad y vida eterna y, en muchos casos, nos adormece como si estuviéramos moribundos en plena vida. Sin consciencia de muerte, tendemos a retrasar infinitamente, y como si tuviéramos todo el tiempo del mundo, el hecho de animarnos a concretar nuestros sueños más profundos y lanzarnos a la verdadera intensidad que puede regalarnos la vida. 

Hoy encontré una especie de poesía que escribí hace muchos años. Después de leerla, cerré los ojos y recordé aquellos días. Eran oscuros, no eran felices, pero yo estaba pronta a dar un salto; todo estaba a punto de cambiar.  

El texto se llama Botellitas de vidrio verde inglés y dice: 

Quisiera atrapar amaneceres en botellitas de vidrio verde inglés.  

Amaneceres como océanos de fuego y amaneceres de tormentas purificadoras.  

Amaneceres descalzos en arenas cálidas.  

Viajaría en el tiempo y recolectaría aquellos amaneceres colmados de mariposas en el estómago; mariposas provocadas por una experiencia excitante a punto de vivir.  

Todos esos amaneceres en cucharita y aquellos que llegan con palabras de amor, 
a todos esos los atesoraría en mis botellitas de vidrio verde inglés.  
Y en las noches desoladas bebería un sorbo de alguna de ellas. 

De esa manera, me sería fácil recordar que al amanecer hay magia y renacimiento.  



Mientras leía aquellas palabras como si no hubieran salido de mi pluma, me emocioné. Sin dudas, hubo un tiempo en donde me era difícil asimilar que la magia en la vida era muy posible y, entonces, tuve el impulso de escribir acerca del anhelo de atesorarla, atraparla, para luego sorber un trago que me lo recordara.  

También rememoré que por aquellos días había comenzado a ser consciente de que no podemos vivir adormecidos, como muertos en vida, paralizados. Porque, si bien cada amanecer representa una nueva oportunidad, los amaneceres no son infinitos. La simple realidad es que nacemos, despertamos una cantidad determinada de veces, y morimos. Y no disfrazarlo, no evadirlo, no ignorarlo, creo es el único camino para dejar el eterno estado de pura ensoñación y dar ese magnífico y maravilloso salto hacia la realización.  

La muerte es nuestro dilema existencial por excelencia. Para aquellos que elegimos pensarla, nos despierta interrogantes acerca del ser y la nada.  ¿Quiénes somos? ¿Para qué estamos? ¿Hay algo después de la muerte? Todas preguntas que nos atemorizan, nos paralizan y que muchas veces elegimos ocultar hasta olvidar. 



Personalmente, y aunque tal vez no sea mi respuesta favorita, elijo pensar que mi tiempo es hoy y que después viene la nada. Nada es nada y entonces no le temo. Lo que sí me da miedo es no ser la mejor persona posible en vida; no dar lo máximo de mí, no respetar ni respetarme. Me asusta dejar de ser consciente en forma plena de la belleza de la lluvia, del sol entre las ramas, de un plato caliente en una noche de frío, de la brisa jugueteando con mi pelo, de la sonrisa de los que amamos, del tesoro que significa que podamos compartir, de la magia de la infancia y lo sublime del arte, de la música … 

No, no me da miedo la nada, más bien le temo al hecho de que se me acaben los amaneceres sin haberme embebido de suficiente vida. 

Sí, tal vez, sea tiempo de naturalizar y amigarnos con la muerte, para abrazar intensamente la vida. 

A ustedes, ¿les cuesta hablar de la muerte? 

Para finalizar, comparto esta bella canción y unas palabras que escribí inspiradas por ella: 

A veces, ante la fragilidad de la vida, no encuentro palabras. Entonces, sólo queda la música, que nos recuerda que mientras estemos vivos.... hay que vivir... Es tiempo de sentir más, abrazar fuerte, mirarnos a los ojos y amar, porque "todo lo que somos es polvo en el viento". 



Beso, 
Cari   

Comentarios

  1. Hola Cari, que lindo lo que escribiste!!! tengo 45 años, y escondí mi miedo a la muerte hasta hoy, tal cual lo decís en tu texto, me sentí muy identificado, lo experimento muy muy feo, con angustia pero decidí enfrentarlo y empezar a trabajarlo, y tome conciencia que me acompaña desde muy chico y siempre lo tape, lo escondí en una caja que ahora decidí abrir y estoy librando una duriiiiiiisima batalla, me sirvió mucho tu texto y quisiera seguirte leyendo, un saludo grande

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    Respuestas
    1. Pablo, recién veo tu comentario. Nunca es tarde para afrontar nada, mientras haya vida, claro. Espero que estés ganando tus batallas. No posteo tan seguido pero hay muchos escritos más, con pensamientos similares, que podés encontrar en este blog. Abrazo y todo lo mejor.

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