La luna llena me vio llorar mientras volvía del almacén de la vuelta de casa. Llevaba papas, calabaza, varias bebidas y el peso de mi alma, que se arrastraba por el piso, “¡El piso es nuestro!”, suele exclamar Flor cuando estamos tristes, entonces reímos.
¡Qué extraña y agridulce vida!, podemos deambular por nuestro infierno y, aun así, reír dentro de él.
La luna me siguió mirando, tan hechicera, ella tiene carácter, sabe cuándo mostrarse en todo su esplendor y cuándo emprender, muy de a poco, su retirada, para refugiarse en su soledad invisible. ¡Ah, la soledad!, ese templo de sabiduría cuando la abrazamos como aliada.
En fin, ahí seguía yo y mis lágrimas continuaban irrefrenables. “Las nenas se van a dar cuenta de que lloré”, pensé para mis adentros mientras me refregaba la nariz con mi muñeca, “¡El Covid! ¿Me puse alcohol en las manos? No hay que tocarse la cara”, me dije después y concluí que no me importaba que alguien me viera llorar, “¿Por qué nos asustan tanto las lágrimas? ¡Maldito Covid!”
A la luna llena del 28 de marzo del 2021 tampoco pareció importarle mi aflicción. Ella siguió allí, firme, acompañándome en todo mi recorrido. “¿Estarán viendo mis padres esta luna mientras atraviesan los cielos?”
Es que allí, en algún lugar del Atlántico, en ese mismísimo instante, un avión oficiaba de puente hacia su nuevo destino: volver a empezar en España a los 72 años.
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Mis papis |
“Pareciera que se fueron tan lejos como la luna”, y mis lágrimas no querían dar tregua. Allí había quedado yo, soliente, como suelo decirle a la soledad doliente, con un agujero en el corazón, sorteando las veredas rotas de mi barrio y afrontándome a dilemas existenciales sin solución.
“Mi hermana en Oceanía, mi hermano en América del Norte, mi hermanita en Europa, y pronto junto a ella, mis padres. Y yo acá en el sur, siempre el sur. Algo tiene el sur...”.
“Pude despedir a mis hermanos con lágrimas, pero más sonrisas, se fueron jóvenes, prósperos, en busca de su propio camino y con incontables posibilidades de regresar, aunque sea de visita. ¿Pero cómo se despide a los padres, ya mayores, siendo que siguen tan vivos, pero se van tan lejos a transitar el último tramo de la vida?” “¿Cuándo los volveré a ver?”
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Tal vez, simplemente tal vez, era lo que debía suceder en el último tramo de sus vidas: volver al origen, acercarse a las raíces ancestrales, regresar a las fuentes familiares para cerrar una historia, renacer en vida una vez más, y, por fin, encontrar el mar de la tranquilidad.
Dedico esta canción a mis padres con todo mi corazón, feliz nuevo rumbo, felices nuevas cosechas.
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