Allí estábamos, sentados en un café disfrutando de un cielo azul profundo y de ese exquisito aroma a primavera; uno que nos sorprendía con sus vaivenes en intensidad, dictados por el humor de la suave brisa.
Nuestra conversación fluía interesante, entre sonrisas e intimidades, esas que surgen sin esfuerzos cuando compartimos momentos con alguien con quien hemos logrado construir cotidianidad.
Una mañana simple, pero a la vez profunda e intensa. Un pequeño instante de vida, un “aquí y ahora” para atesorar.
Me gusta lo simple, me gusta lo profundo, me gusta lo intenso.
Aun así, soy consciente de que la vida es agridulce y que a cada ser humano le toca atravesar circunstancias sumamente complejas a lo largo de su existencia. Y eso mismo, es lo que siento que nos transforma en personas profundas, intensas, interesantes, apasionantes y colmadas de diversas sabidurías adquiridas por las caídas, las muertes y los renaceres en esta vida. Pero no por ello nos tiene que tornar en seres complicados.
Creo que si permitimos que la complejidad propia de la vida nos invada el alma y nos secuestre nuestro interior, olvidaremos nuestra esencia y nos habremos transformado en nuestras circunstancias. Nos habremos convertido en esa tensión, en ese dolor, en esa tristeza, en esa injusticia, en esa muerte, en ese desamor.
El desamor, por ejemplo, es una experiencia compleja, tantas veces dolorosa y por la que todos hemos atravesado alguna vez.
“Soy complicado y siento que eso me hace distinto. Me siento especial en ese sentido, aparte la gente simple me aburre”, me dijo cierta vez un hombre con el que salí un tiempo. Recuerdo que quería gustarle y que su frase, que sonaba tan de persona interesante, me mareó y me frenó a contradecirlo.
Con el tiempo descubrí que él utilizaba esa frase como latiguillo, como caballito de batalla para escudarse tras cada mala reacción, cada desaparición, cada indiferencia acompañada por su creciente adicción a relacionarse desde la pura estrategia. Y a mí, desde que tengo memoria, la estrategia me agota, no me seduce, no me mantiene prendada. El que quiere, acciona. El que quiere, tiene tiempo. Lo demás, para mí, es pura complicación motivada por quien en el fondo teme abrir su corazón y se deja dominar por el miedo.
A pesar de que el amor no siempre será correspondido, cuando anhelamos simpleza, comprendemos que tenemos la posibilidad accionar. En ese acto, el de nuestra apertura clara, pueden negarnos el amor y dolerá. La circunstancia es compleja, sí, pero, ante las certezas, podemos cerrar las puertas definitivamente y avanzar hacia nuevos horizontes.
La situación habrá sido complicada, pero nosotros habremos sido simples y no por ello menos profundos, menos intensos en nuestras formas de vivir y, sin dudas, habremos ganado experiencia y sabiduría.
La simpleza en las personas no me resulta aburrida. Aquellos que siempre buscan las formas complicadas, en cambio, me tensan y siento que me drenan una energía poderosa y divina que deseo destinar para los sueños y los desafíos que se presentan en la complejidad inevitable de la vida.
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© C E S A R • B I O J O |
Y sé que muchas veces he caído (y que sigo cayendo) en aquello de volverme un ser complicado ante una situación compleja. En los momentos más agudos me hizo muy mal, porque me había convertido en mis circunstancias y con ese comportamiento, la tormenta se transformó en algo que aparentaba ser implacable y eterno. Había creído que lo simple reposaba en quedarme en mi complejidad, en vez de entender que debía animarme a transitar por aquellos senderos rocosos, con curvas y colinas empinadas de la vida misma, para encontrar el destino luminoso de una mayor serenidad y simpleza interna.
Por eso, mi anhelo hoy es atenderme en esos impulsos dictados por el miedo, el enrosque propio, la constante tensión y la victimización, para contenerlos y poder abrazar y disfrutar así de la belleza de lo simple.
En nuestro costado simple, fluimos.
Fluimos ante la simpleza de decir la verdad y hablar claro, en la simpleza que se oculta en el acto accionar en vez de paralizarse y lamentarse, y en la de soltar lo que nos daña, en vez de encadenarnos y convertirnos en víctimas eternas. En algunas ocasiones, tal vez, parezca difícil lograrlo y, sin embargo, cuando nos atrevemos, ante nosotros surge esa maravillosa revelación de que por ahí es por donde quedaba el camino de lo simple.
Sí, simple es hermoso.
Como el café en una tarde de primavera, acompañados por conversaciones profundas y sensaciones intensas.
Les dejo este gran tema que dice “No sé distinguir entre besos y raíces... no sé distinguir lo complicado de lo simple....”
Beso
Cari
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