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Los inmortales


"Mis hijos perdieron a su padre hace muy poco. Ellos son chicos todavía.... De pronto, entendí que iban a recordarlo a través de los relatos, a través de las anécdotas y las memorias compartidas por mí, por amigos, por parientes. Ellos construirán la imagen de su padre en base a esas historias; por eso, les pedí a todos aquellos que lo conocieron, que escriban los recuerdos que tienen junto a él; para que no se esfumen, para poder mantenerlo vivo; a él y a su memoria", me dijo ayer una mujer de esas de cepa valiente; de las que se permiten caer, sentir y doler en extremo, porque se saben capaces de alzar la frente, desafiar a su destino y volverse a levantar. 

Y como suele sucedernos, sus palabras llegaron a mí en coincidencia con una semana especial. En el taller de reflexión y escritura, estamos atravesando un pasaje particular, fuerte: el de la muerte. El evento más cotidiano de nuestras vidas, el inevitable, el que nos despierta la consciencia de nuestra finitud y que, sin embargo, resulta un suceso que miramos de costado, como a un visitante extraño. 



Unos días antes, y con el tema ya en la cabeza, había ido a visitar a mamá. En la mesa ratona había desplegado una serie de fotos viejas y cartas manuscritas de sus parientes, finlandeses como ella, que datan de épocas lejanas: 1925, 1939, 1941.... Imágenes y cartas escritas por personas que hoy viven a través de aquellas expresiones y palabras. "Quiero traducirlas", me dijo mami, "Es un pedazo de nuestra historia, es el legado que a ustedes les quedará de ellos. Y son cartas con tanta riquezas y emociones, escritas en épocas de guerra, cruciales". 

El avión de mi abuelo. A la izquierda, juntitos, mi abuelo y mi abuela.


Mientras la escuchaba, pensé en mis abuelos, dos seres que vi tan pocas veces en mi vida. Sin dudas, yo les había otorgado vida y una personalidad ideal a través de los pocos recuerdos y los relatos que tengo de sus existencias. Mi abuela, enfermera en el frente; mi abuelo, piloto en la guerra de independencia de Finlandia; mi tío abuelo, comandante del ejército finlandés... Algunas de las vidas tan lejanas que siguen vivas en mí: llevo sus gestos, sus impulsos, sus ensoñaciones, su sangre... 

Mumma (modo cariñoso de decir abuela en finlandés)


Sí, nos perpetuamos a través de la memoria viva. 

La boda de mis abuelos


Y así, inspirada por la atmósfera, ayer por la tarde escribí este cuento: 

La mujer extraviada 

Secó sus lágrimas con un movimiento brusco, cargado de frustración. Su corazón latía denso; le pesaba a tal punto, que creyó que le sería imposible levantarse de aquella silla desgastada, oscura y que siempre había detestado. ¿Por qué seguía allí? ¿Qué había estado haciendo todo ese tiempo? Un atardecer más llegaba a su vida, con sus pinceladas naranjas y rosas, y sentía que era demasiada belleza insolente para su alma amargada, corroída por el cansancio de esa discusión eterna con su pareja, con ella misma y con el mundo. Cada día se prometía que sería distinto, pero cada noche terminaba igual. Y en vez de liberarse de sus cadenas, permanecía allí, paralizada por la costumbre, hundida en ese pantano de lamentaciones. 

Con movimientos lentos, forasteros a su cuerpo, logró incorporarse. Caminó hacia la puerta de calle y la atravesó en estado enajenado, sin consciencia de sus propios impulsos. Un rayo de sol se coló entre las ramas y la obligó a entrecerrar sus ojos enceguecidos. Después sólo anduvo. Lo hizo autómata y sin rumbo. Y así, ausente de sus propios pasos, de pronto observó el paisaje y se halló perdida. 

Ante ella, surgió un bosque de árboles claros y oscuros, de arbustos salvajes con flores de colores vibrantes que creyó nunca haber visto; pudo percibir el sonido de los grillos que habían iniciado su canto para despedir los últimos destellos de un día de azules profundos, conmovedores. A su paso, divisó algunas formas rectangulares esparcidas por aquel prado prolijamente cortado. La curiosidad la llevó al olvido de su espíritu afligido y del hecho de que estaba perdida. ¿Qué más daba? Hacía tiempo que se había extraviado... Se acercó para observar con paso suave, como si flotara; quería permanecer imperceptible, se sentía demasiado mundana para la majestuosidad de aquella naturaleza. 

Entonces, sus ojos se abrieron en sorpresa infinita: eran lápidas, decenas de muertos bajo sus pies inseguros. Con un escalofrío, quiso volver sobre sus pasos, pero algo la detuvo: "Aquí yace María Dumas, mujer valiente, madre afectuosa, enfermera, luchadora incansable y el alma de nuestras vidas", pudo leer en una de las placas; "Aquí descansa en paz Miranda Smith, conquistadora de sueños, ejemplo de generosidad, mujer de la que extrañaremos su sabiduría", decía sobre otra. "Tomás Wolf, hombre de honor, el mejor amigo de sus amigos, padre y marido ejemplar, tu legado será inolvidable", continuó leyendo, y mientras avanzaba en la lectura, descubrió que todas aquellas lápidas brillaban y se encontraban coronadas por hermosas flores plantadas en tierra fresca y que exhibían numerosos pimpollos prometedores.   

Y de pronto allí, entre tantas líneas llenas de vida, descubrió una placa ennegrecida, opacada por el agua y el viento, hundida en una maleza crecida y descuidada. "Sara Danes", podía leerse, y cuando lo hizo su alma estalló en pedazos. Nada. Ni una palabra más. Esa lápida estaba perdida, aplastada, abandonada y olvidada; igual que ella. Y entonces, en silencio, su espíritu comenzó a gritar y llorar desconsolado; sintió que las placas relucientes tenían más vida que ella y que, si no despertaba, su pasar habría sido en vano; que su almauna que había desterrado y guardado junto a sus valiosos sueños en cofres oxidados, se desvanecería con el correr de unos pocos vientos hasta perderse definitivamente en el vacío del sinsentido, tal como el destino de aquella Sara. "Estás a tiempo de no temerle a la muerte, tan sólo debes aprender a vivir", le susurró una voz en el oído.  

Ya entrada la noche, regresó con paso seguro; de pronto, ya conocía el camino. 
*** 
Cuando él llegó, ella ya estaba pronta a partir. La observó fastidiado y emitió ese sonido característico de quien está dispuesto a recomenzar el eterno malestar, una y otra vez.  
"No lo hagas", le dijo ella, "Me voy. Hoy me crucé con la muerte y me aconsejó que tengo que volver a la vida. Los amaneceres son finitos y la felicidad me espera". 
-----

Feliz jueves a todos y ¡a vivir! Que sólo le teme a la muerte aquel que no se atreve a hacerlo dando lo mejor de sí.  

Me despido con este tema, sublime y que dice por ahí... 

Sólo intenta encontrar 
tu espacio 
cuando a tu alrededor 
todo se estrecha... 

Los inmortales están 
bajo tierra... 


Beso, 
Cari 
      

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