Este fin de semana santo dijeron que iba a llover y no sucedió. Una promesa que se viene incumpliendo demasiado seguido en esta ciudad.
Sin resignarme, por estos días en donde me hallo tan pensativa y con la sensación de estar flotando por la vida, anduve mirando al cielo un poco más de la cuenta, anhelando divisar alguna nube densa que me trajera alivio para aplacar esa pequeña culpa intrusa instalada en mi consciencia.
Culpa por tan solo querer quedarme enroscada entre las sábanas; por no tener el impulso natural de salir a absorber hasta la última gota de calidez solar, para colmarme de su vigor y, así, sentirme mejor; de no ir tras esos verdes magníficos de la rivera, ni vagar por algún paseo de la costa y, menos aún, de sumarme a aquellos espíritus enérgicos que corren o circulan con atuendos adecuados en bicicletas o patines; ellos, tan joviales, tan deportistas, tan resueltos.
Una simple lluvia me hubiera bastado para opacar mi pequeña culpa. Pero las benditas gotas se ausentaron y, entonces, el camino elegido fue el de ignorar el cargo de consciencia por mí misma y repetirme: me da igual el sol, quiero quedarme en casa y punto (Ah... pero qué lindo sería si lloviera).
Tal vez, fuera culpa del sol y no de mi pereza. Y culpa de los meteorólogos, que me generaron falsas ilusiones. Supongo que siempre hay alguien a quién se puede culpar.... Pero ¿para qué? Debería aprender a disfrutar de mi descanso a mi manera, sin remordimientos.
Culpa, ese sentimiento que se cuela, una y otra vez, tan irrespetuoso, en nuestra rutina. Dicen que es la emoción que más pesa sobre uno y que si no la barremos, nos corroe; que tiene tantos trajes como ocasiones, y la capacidad de presentarse estridente o pasar casi desapercibida, disfrazada de humildad.
Es así como ella, tan natural, se hace visible en esa tendencia de culpar a las novias coquetas, a los niños, al tránsito, a los jefes, al clima, a las copas en demasía y a tanto más, por los retrasos, los mal humores, los eventos desafortunados y las inclemencias de la vida.
Aparece en ese instante en el cual nos damos cuenta de que vamos a ciertas reuniones más bien impulsados por el cargo de conciencia que por las ganas; surge espontánea, cuando desafiamos mandatos familiares como elegir una carrera, una religión (o la ausencia de ella) o un círculo social por nuestra cuenta; y es la misma que nos impulsa a tener, de pronto, arranques extremos de generosidad, provocados por nuestras propias ausencias y falencias pasadas.
Por culpa, aparecen ramos de flores inhabituales, viajes inesperados y pareciera que hasta se bajan lunas...
Por culpa, aparecen ramos de flores inhabituales, viajes inesperados y pareciera que hasta se bajan lunas...
Está la culpa ajena, esa que depositamos en los demás sin miramientos ni autocrítica, pero que, en el fondo, nos obliga a bucear en nuestras propias responsabilidades y en nuestra capacidad de perdón.
Y está la culpa propia, esa que emerge a causa de nuestros remordimientos, nuestras malas elecciones de vida, nuestra inacción y nuestras rabias por no haber sido capaces de elegir diferente o no haber dado un paso al costado antes, más a tiempo...
Entonces, tan humanos, tan cargados y tan sumergidos entre las culpas y los perdones, muchas veces descubrimos que nos olvidamos por dónde es que queda el sendero que nos lleve a absolver a los demás pero, por sobre todo, que nos conduzca hacia esa luz liberadora que significa perdonarnos a nosotros mismos.
Creo que uno de los mayores desafíos de la vida es el de soltar las culpas, perdonar pero, ante todo, perdonarse.
En definitiva, al pasado, no lo puedo modificar. Nadie puede volver atrás para recomenzar, sin errores; pero todos somos capaces de reiniciar una nueva vida hoy mismo y crear un nuevo final. Pero, para ello, estoy convencida de que es mandatorio abandonar el camino de las culpas y el autocastigo.
Wayne Dyer alguna vez dijo: "La gente siempre le echa la culpa a sus circunstancias por lo que ellos son. Yo no creo en las circunstancias. La gente a la que le va bien en la vida es la gente que va en busca de las circunstancias que quieren y si no las encuentran, se las hacen, se las fabrican".
Por eso, y a pesar del sol, hoy decidí que voy a fabricar en mi imaginación mi propio día de lluvia, aunque no la encuentre. Porque lo que realmente quiero es quedarme en casa y seguir escribiendo. Es lo que me gusta.
Lo voy a disfrutar, sin culpas y con este bello tema:
Ustedes, ¿son culpógenos? ¿Son de depositar las culpas afuera? ¿Aprendieron a perdonar y perdonarse?
Beso,
Cari



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