Miro a mi alrededor y el mundo aparenta ser el mismo: los árboles que anhelan un agua que pareciera nunca llegar, dos gatos sobre la medianera en un eterno juego de guerra y seducción, los pájaros en un canto incansable, las chicharras potentes y, a lo lejos, los autos como un constante murmullo que me recuerdan el movimiento, los ritmos, las rutinas y las obligaciones que todos tenemos en esta tierra.
Cierro los ojos y rememoro aquella vez, a mis veintitrés años, cuando con mi mejor amiga de aquel entonces comenzamos a hablar de nuestros sueños en una noche de bar. Ya nos sentíamos demasiado grandes para conquistar la mayoría de esas metas extraordinarias que teníamos desde los quince. "Quiero ser una gran artista. Estrella de rock, pero ya es tarde para eso", recuerdo que me dijo ella esa noche; "Sí", le contesté. "Yo tal vez una gran cantante, o una excelente actriz o publicar una novela increíble. Pero no estamos haciendo nada por lograrlo, nada. Jane Austen a los dieciséis ya tenía numerosas obras almacenadas; y mirá a los músicos consagrados, a nuestra edad ya tenían logros", agregué. Decidimos que nos quedaba Madonna como referente, que recién a los veintiséis había logrado su notoriedad como artista. Teníamos tiempo...
No sé por qué creíamos que a los veintitrés ya estábamos garndes para alcanzar nuestros sueños. Después, a los treinta e igual de paralizada que antes, pude entender que a los veinticortos era casi una niña. Y ahora, a mis cuarenta y tantos, mi mundo amanece una vez más desde otra perspectiva.
Desde siempre, convivimos en un universo hiperexitista que nos rodea con una fuerza asfixiante. Desde niños, el mercado consumista, a través de las publicidades y las diversas formas de arte popular, nos habla al oído, hechicero, sobre el halo maravilloso e invaluable que se desprende de nuestro ser si somos poseedores de belleza, éxito y juventud.
Y así, entre el brillo de vidas de película y rostros de sonrisas perpetuas, tendemos a vivir con angustia el paso del tiempo, como si tuviéramos tan solo una cantidad de años limitada para gozar de ciertas experiencias; una ventana que se abre para nosotros en nuestros años jóvenes, pero que se cierra, cruel y definitiva, ante el primer síntoma de "vejez". Una caducidad prematura, muy anterior a nuestra fecha real de vencimiento.
Y así, entre el brillo de vidas de película y rostros de sonrisas perpetuas, tendemos a vivir con angustia el paso del tiempo, como si tuviéramos tan solo una cantidad de años limitada para gozar de ciertas experiencias; una ventana que se abre para nosotros en nuestros años jóvenes, pero que se cierra, cruel y definitiva, ante el primer síntoma de "vejez". Una caducidad prematura, muy anterior a nuestra fecha real de vencimiento.
Y entonces, atrapados en ese engañoso juego, aquellas personas que consciente o inconscientemente sienten que ya se ha cerrado su ventana, caen presos de la nostalgia, que inevitablemente viene acompañada de frases como "en mi época las cosas eran..." o "en mi tiempo era distinto...", "en mis años era mejor..."; expresiones que delatan que, para muchos, el único tiempo válido es el de los años juveniles.
¿Acaso y, mientras estemos vivos, no es siempre nuestra época? ¿No es nuestro tiempo? ¿No son nuestros años? ¿O es que acaso, ya pasada nuestra juventud, vivimos de prestado...?
En una vida que es corta de por sí, creo que no tiene sentido endulzarnos con el camino de la nostalgia. En ese proceso, no logramos conectarnos con el presente, vivimos a medias y, en definitiva, nos acortamos aún más la vida.
Por supuesto que nuestro cuerpo cambia, nuestra agilidad cambia y nuestras capacidades cambian. Desde ya que no podremos ser de pronto bailarines clásicos ni patinadores artísticos profesionales a los cincuenta; aquellas cosas que durante nuestro esplendor físico no fueron hechas, necesariamente quedarán fuera de nuestra travesía.
Pero por suerte no somos una etiqueta, un destino, un sueño. Somos múltiples sueños. Espíritus que mutan hacia nuevas metas en la vida. Es hora de observarnos y escucharnos, de abrazar nuestro presente para no caer en la trampa de lo que no pudo ser.
Mientras haya sueños, siempre hay vida y, mientras haya vida, nunca es tarde y siempre estamos a tiempo. No importa si tenemos veinte, treinta, cuarenta, cincuenta, sesenta, setenta o más.
En mi caso, siempre fui algo melancólica pero nunca demasiado nostálgica. La melancolía es un estado existencial, del alma, que no necesariamente se relaciona con el tiempo. La nostalgia, en cambio, vive atada al pasado, a los dulces recuerdos perdidos de días que supieron ser mejores, más coloridos y alegres. Nunca me emocionaron esas reuniones de amigos en donde pasábamos las horas hablando de anécdotas de lo que parecían otras vidas. "En vez de estar toda la noche hablando del pasado, salgamos a vivir nuevas aventuras, construir nuevos presentes, nuevas anécdotas para contar en un futuro", le dije una vez a una vieja amiga. Desde que tengo memoria, ese es mi lema y creo que fue un gran "mantra" para mi vida.
Claro que recuerdo con alegría varios instantes de otras épocas, pero mi mejor tiempo siempre es hoy. Al pasado no puedo volver y tampoco quisiera volver; al futuro lo estoy construyendo ahora.
Miro por la ventana y veo que el sol le ha ganado nuevamente a las nubes. Es un día de verano como cualquier otro, salvo que es distinto. Muchos dicen que a los cuarenta y dos años es mejor no arriesgarse en lo laboral, porque uno ya es grande y después es "imposible" reinsertarse en el mercado del empleo. Yo levanto mi frente y digo: puede que por este camino de la independencia en el trabajo me vaya bien o me vaya mal, pero nunca es tarde para nada ni lo será, porque estoy viva, sueño intensamente, tengo valentía, trabajo duro, con constancia y soy capaz. Con esas cualidades, mi tiempo siempre será hoy y, como ya dije en otra oportunidad, pase lo que pase, todo va a estar bien.
"El mundo necesita soñadores y el mundo necesita hacedores. Pero, sobre todo, el mundo necesita soñadores que hacen", Sarah Ban Breathnach.
Para terminar, les dejo un tema de una banda actual. Siempre me gusta investigar y escuchar música del tiempo presente, el tiempo nuestro. La música de hoy me pertenece tanto como la de mi adolescencia. Mantener la curiosidad viva nos mantiene por siempre jóvenes y nos invita a descubrir la belleza de lo que sucede en la actualidad. Disfruten:
Ustedes, ¿son de caer en la trampa de hablar sobre "su época" como si el único tiempo válido fuera el de la juventud pasada? ¿tienen algún sueño que este año quieran volver realidad?
Les recuerdo que si quieren información sobre mi taller de reflexión y escritura, pueden escribirme a carina.durn@gmail.com . ¡Esta es la última semana de inscripción!
Les recuerdo que si quieren información sobre mi taller de reflexión y escritura, pueden escribirme a carina.durn@gmail.com . ¡Esta es la última semana de inscripción!
Beso,
Cari



¡Hola, Cari! Primero, muy bueno el tema. Y respecto a lo que contás, también creo que siempre se pueden cumplir los sueños y que nunca es tarde para ello. Lo que pasa es que nos agobian tanto con los miedos, con los mandatos, con lo que debemos hacer en determinado momento, que se pasa el tren, etc. que eso luego nos frustra. Sueños tengo muchos, pero desde el año pasado comencé a accionar hacia ellos, y voy en buen camino. Para mí, mi mejor momento es éste, no volvería al pasado aunque pudiera, porque recién ahora soy la persona que quiero ser, disfruto de lo que soy, lo que tengo y me enfoco en lo que quiero conseguir. En el pasado, sólo era una persona llena de miedos y de impedimentos, y no quisiera volver a sentir lo que sentía en ese entonces. Me gusta mi presente y me siento a gusto con el futuro que estoy construyendo. Besos Cari, muchos éxitos en este nuevo camino. Jime.
ResponderEliminarJime! Qué bueno que te gustó la canción. Me encanta que las escuches y des tu opinión.
EliminarEn mi caso siento lo mismo, que mi mejor momento es ahora. Y en mi camino de empezar a accionar hacia mis sueños, me está pasando que surgen nuevos objetivos y ninguno me resulta imposible! Eso sí, hay que trabajar incansablemente para ir llegando hacia ellos.
Te felicito por tu propia construcción de un buen presente. Vamos por más! Beso!
¡Hola, Cari! Me siento tan identificada con este relato. Tengo cuarenta años y estuve ocho trabajando en un lugar en el que nunca fui feliz, realizando tareas que odiaba y con un sueldo que me alcanzaba para lo básico. No lograba irme por el hecho de que ya tenía cierta estabilidad y porque me consideraba grande para arrancar de cero en otro empleo. En diciembre me despidieron y a los dos días conseguí un trabajo que no me tiene feliz pero sí contenta, con un ambiente agradable, un mejor sueldo y en el cual mi edad jamás se consideró un problema. Muchas veces la vida se encarga de tomar las decisiones que nosotros no nos animamos.
ResponderEliminar¿A qué vas a dedicarte ahora? Me interesa saberlo.
¡Besos!
Marie.
Hola Marie! Tal cual... estamos tan llenos de prejuicios y miedos que nos encarcelan... Te cuento: me contrataron como periodista/redactora permanente en La Nación y, por otro lado, voy a empezar a dictar unos talleres de reflexión y escritura, uno que propone destrabar emociones y al artista que vive en nosotros. Beso grande y gracias por compartir!
Eliminar