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"Demuestro lo contrario de lo que siento"


 "Demuestro lo contrario de lo que siento", me confesó hace poco una persona que hace ya más de 15 meses que está sumergida en una relación indefinida, invirtiendo toda su energía física y mental en avanzar hacia aguas que fluyan naturales, aunque sin saber bien cómo, porque pareciera que está nadando contracorriente. Ella está enamorada y nunca se lo dijo.

Sé cómo se siente. En aquel escenario, cada amanecer se torna, poco a poco, más fingido, disfrazado para el otro, para el entorno, pero en especial para uno. Ahogarnos en nuestras emociones, reprimirnos, asfixiar sentimientos con piedras difíciles de remover nos trasporta a estados densos, empantanados. Queremos apartarnos, pero nos cuesta. 

Como en los malos sueños, uno siente que debe huir del escenario, pero resulta casi imposible. Es como si nuestras piernas estuvieran enterradas hasta las rodillas en arenas movedizas que nos hunden más y más. Pero se trata sólo de una ilusión, podríamos avanzar, simplemente no lo hacemos porque, cada tanto, justo ahí, recibimos un abrazo que se siente real, un beso de película y una atención privilegiada por parte de ese amor estancado. Y en ese instante, cuando estamos casi convencidos de que ya estamos de la mano y que juntos saldremos del pozo viciado para cambiar de paisajes de a dos, sentimos ese angustiante desprenderse de nuestra palma y nuestro cuerpo por parte del ser que adoramos y, entonces, deviene una ola de frío; luego, la soledad. 

"Demuestro lo contrario de lo que siento". Me repito una y otra vez esa frase en mi cabeza y no puedo contabilizar las veces que la he escuchado o sentido a lo largo de mi vida.  

¿Por qué fingimos tanto? No sólo el amor. También el dolor, la tristeza, el enojo y la desilusión. En mi caso, soy una gran simuladora de mis enojos para no alterar un estado de armonía, sin entender que lo que muchas veces quiero preservar es una falsa paz. 

"No sé si irme o quedarme, no sé si animarme a hablar", me dijo también este ser que pareciera que anduvo por 15 meses en círculos, sin la posibilidad real de abrirse a un volver a empezar. 

Esa duda me trasladó de inmediato a un recuerdo muy lejano de mi adolescencia. Tenía 14 y me gustaba un chico del colegio. Yo era tan inocente y mucho más espontánea que ahora en muchos sentidos; todavía no conocía las vueltas de la adultez, no estaba contaminada con los enrosques, las estrategias y las simulaciones. Sumida en mi encantamiento, lo miraba en los recreos ilusionada con que algún día note que no era invisible. "No lo mires más", me dijo una compañera de clase. "Si lo mirás se va a dar cuenta de lo que te pasa", sentenció. "¿Pero no es acaso lo que debería pasar? ¿Que sepa?", le objeté. "No Cari, en la vida hay que hacerse la difícil para que un chico guste de vos. Hay que disimular".  

Nunca entendí cómo podría llegar a pasar algo real con ese chico si yo iba a disimular mis sentimientos, entonces ignoré sus consejos. Pero con el tiempo, comprendí que mi amiga me había regalado una de mis primeras falsas lecciones del complejo mundo adulto: en la vida, para conquistar, hay que fingir. 




Digo falsas lecciones, porque la vida también supo demostrarme que nada real y constructivo florece de manera fuerte y duradera si sembramos simulaciones. 

Sí, podemos tener miedo a expresarnos, podemos sentir un pánico extremo ante la idea del rechazo, ante la perspectiva de la rdida del interés por parte del objeto de nuestro afecto y, sin embargo, ¿qué tenemos, que sea real, si reprimimos nuestras emociones? Creo que sólo burbujas perdidas en el tiempo y el espacio; unas en donde pretendemos que poseemos una relación soñada, pero que, así como de hermosas se ven, se pinchan y se esfuman en el aire ni bien comprendemos que vivimos bajo reglas de sentimientos reprimidos. 

Sé que no es fácil exponernos, ser siempre frontales y sinceros con nuestras emociones. Que necesitamos nuestros tiempos para, ante todo, saldar nuestras propias deudas con el alma y develarnos las verdades a nosotros mismos; pero, a larga, siento que es el único camino para transitar por senderos que nos conduzcan hacia vínculos trascendentales.  

Hablar, sacar nuestros verdaderos sentimientos hacia afuera, abre ventanas y nos libera. Con las emociones reales expuestas, el escenario cambia inevitablemente y, en él, puede que los viejos protagonistas desaparezcan o que permanezcan, pero, si lo hacen, será desde un lugar nuevo, desde un renacer. Sea cual fuera el resultado de abandonar la costumbre de fingir sentimientos, siempre, pero siempre, es para mejor. Sin dudas, nos libera de ese esfuerzo de nadar contracorriente y quedarnos estancados en arenas movedizas. 

Sí, tal vez sea hora de dejar de demostrar lo contrario a lo que sentimos. Dejar de comprar esa idea que nos venden desde jóvenes, que como en esas tramas de las películas hollywoodenses, nos dicta que la estrategia es la que manda en el amor, que hay que jugar a fingir ser una persona difícil para lograr conquistar un corazón.  Y, en la misma línea, que cuando perdemos, es cuando nos damos cuenta del verdadero valor del ser amado. Con esa creencia, sentimos que es buena idea desaparecer para que nos extrañen. 

No lo creo. Creo que eso sería regresar al estado de pura idealización de lo perdido.  

Sospecho que el verdadero amor no es uno que tenga que jugar a las escondidas, vivir perdiéndose y encontrándose para desearse y admirarse.  



Un amor duradero y profundo, considero que habla, busca compartir, no vive evadiendo ni temiéndole a las emociones y, por sobre todo, no necesita perder para apreciar lo maravilloso que está viviendo.  

Por eso, aún en los días complicados, lo cuida para que no muera. 

Ustedes, ¿también crecieron con esa idea de que el amor es un juego de estrategias en donde hay que disimular para no perder? 

Para terminar, les dejo este tema que amo con todo mi corazón (me da escalofríos de la emoción), de una banda que siempre aprecié y con un gran video de una película fascinante que habla de un amor inmortal: The Crow. 



Beso,
Cari

Comentarios

  1. Estoy viviendo ese renacer, del que hablas, pagando las deudas con mi alma, y abriendome a expresar mis sentimientos, aprendi que desnudar el alma es mucho más dificil que desnudar el cuerpo, y tus palabras expresan de una manera tan bella esas emociones que van despertando dentro mío, que me conmoviste y te doy gracias por saber que no estoy loca por nadar contra la corriente, o, al menos, no estoy sola.
    beso

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    Respuestas
    1. "aprendi que desnudar el alma es mucho más dificil que desnudar el cuerpo" ...Susana, cuánta verdad en tus palabras. No estás sola. Nuestras experiencias son únicas, pero nuestras emociones suelen ser universales.
      ¡Te deseo todo lo mejor! Un abrazo

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