Sucedió hace un par de semanas, antes de la llegada del año nuevo. Mi hermana había recibido la visita de una amiga que vive en Alemania, cuyos padres residen en Brasil y que, para las fiestas, suele visitar a sus viejas amistades en la querida Argentina, país que la vio crecer.
Adoro, admiro y me atraen aquellas almas curiosas, que sienten que son habitantes de un mundo sin fronteras.
Viajar, sin dudas, nos abre la cabeza; vivir por un tiempo corto, medio o largo en otros rincones del planeta, la expande de maneras insospechadas.
Es que, al estar en contacto con otros aromas, aires, cielos, verdes, construcciones, personas, costumbres y calles, todo aquello que considerábamos cierto, normal y acostumbrado, sufre un sacudón que nos golpea hasta las entrañas y nos obliga a dudar de nuestras realidades y formas de ser. Y eso, si lo dejamos fluir, es mágico, porque nos enriquece de forma excelsa, nos interpela en nuestras decisiones y actitudes de vida; nos ayuda a ser mejores y crecer.
Claro que sí... Animarnos a transitar por el mundo, tal vez, sea uno de los supremos secretos para florecer en nuestra vida.
Y cuando esos espíritus viajeros retornan al primer hogar, uno los reencuentra como iluminados; al escucharlos, siempre hay algo interesante para aprender. A mí, particularmente, me resulta un privilegio abrirme al placer de oír sus historias, sus experiencias, sus sensaciones y emociones. Siento que es como estar, por un segundo, viajando un poco hacia otras culturas para recibir algo de aquella enseñanza, pero desde casa.
Eso, fue lo que me sucedió con la amiga de mi hermana, a quien conozco desde que tenía por lo menos 6 años. Ahora, con sus 31, con un pasado hiperexigente y un presente independiente y desarraigado de los mandatos penados, se transformó en una mujer hermosa, de modales suaves y mirada sabia.
"¿Cómo estás? ¿Te gusta el lugar donde vivís?", le pregunté.
"Me encanta ", me contestó con una sonrisa, "Al principio, recién llegada, me resultó dificilísimo y sufrí bastante el desarraigo. Pero con el tiempo, y a medida que fui abriéndome al entorno con ganas y que fui encontrando aquello que realmente me gusta hacer, todo se transformó de la mejor manera imaginable".
La miré con alegría; sabía de su pasado complejo. Y también, porque logró lo que pocos conquistan: abrir su corazón y sus poros para dejar que lo nuevo ingrese, sin prejuicios ni comparaciones, a fin de absorber lo inédito, dejarse embeber por ello y desplegar sus alas.
La mayoría, le teme a lo desconocido y, como consecuencia, apela a mecanismos de defensa que implican cerrarse, criticar lo extraño a sus costumbres hasta rechazarlo y comparar el actual espacio con el territorio que dejaron, con sensación de engaño, como si jamás lo volvieran a ver.
Pero ella no, ella descifró las maravillas de comprender que todo el Planeta es nuestro mundo, que podemos elegir nuestro destino sin cargas y que la clave está en agradecer las nuevas aventuras, embriagarse de las culturas ajenas hasta sentirlas como propias y así, enaltecer el espíritu. Sospecho que la verdadera entrega la logran aquellas personas que, un buen día, entienden que nada es para siempre y que, si uno quiere, se puede volver.
"Entonces, por suerte, podés dedicarte a lo que te gusta hacer", acoté al rato.
"Sabés qué pasa, Cari", me explicó, "Tengo la fortuna de haber nacido sin un don". Mis ojos se abrieron enormes, cual dibujito Manga, y mis oídos adquirieron una actitud de triple escucha. "¡¿Cómo?!"
"Sí, a lo largo de mi vida pude ver cómo las personas que nacen con un don muchas veces terminan sufriendo. Bailar, cantar, escribir, pintar, etc., con esos dones se nace y se manifiestan desde el comienzo. Todos lo ven y, lo lógico y natural, es que lo desarrolles y que hasta vivas de él. ¿Pero qué pasa si es un don, pero no es lo que en el fondo disfrutás hacer? ¿Qué pasa si, por algún motivo, no lo estás ejerciendo? Sentís culpa, porque es tu fuerte, porque fuiste bendecido y deberías hacerle honor y no lo estás haciendo".
De pronto, y a medida que iba hablando, una ventana nueva se abrió ante mis ojos y pude comprender. Por dentro, sentí algo maravilloso, ese tipo de sensación que arriba cuando escuchamos algo diferente y que nos expande como personas. ¿Cuántas veces sentí culpa por no desarrollar lo que creía que era mi don? ¿Cuántas veces sentí que era mi cárcel y me ahogaba? Muchas.
Por suerte, el día que tuve el coraje de rodearme de aquello que me hace brillar, supe que amo escribir con toda mi alma. Pero, aun así, confieso que, a veces, lo odio; sin embargo, sé que no puedo vivir sin hacerlo. Pura paradoja.
"En el pasado, nunca tuve en claro qué es lo que me gustaba hacer y siempre supe que no tenía ningún don especial. Pero descubrí algo fabuloso: sin una capacidad innata, tenía ante mí la posibilidad de abrirme, libre de prejuicios, a emprender diversas actividades, sin imponerme condiciones, límites, ni tendencias. Con la ausencia de un don, todas las ocupaciones del mundo se transformaron en una oportunidad. Con este beneficio bajo el brazo, fui encaminándome hacia lo que hago ahora, que me encanta y me hace feliz. Sí, nacer sin un don te libera a mirar hacia todos los rincones posibles y, por eso, es una suerte", concluyó, y yo quedé fascinada.
"Creo que es uno de los mensajes más positivos que escuché en los últimos tiempos", le dije a Diego, que nos acompañaba.
Positivo, porque significa que no existen seres más o menos privilegiados en este mundo a la hora de transitar el camino hacia la felicidad. Aunque el presente social tienda a exigirlo, nadie necesita de un don para triunfar en la vida y ser feliz.
Lo único que se necesitamos es ser curiosos, tener ganas, montañas de tenacidad y creer en nosotros mismos. Con estos ingredientes el bienestar del alma es posible para todos.
Para despedirme, les dejo un gran tema de un ser que vivió encarcelado por su don.
Ustedes, en caso de tener un don, ¿se sienten por momentos encarcelados por él? Si no lo tienen, ¿desearían poseerlo o sienten algo parecido a lo que relata mi conocida?
Beso,
Cari




Hola, Cari. Creo que no tengo un don, o al menos todavía no lo descubrí. Algunas personas dicen admirar mi facilidad para el estudio, la lectura, la comprensión de textos, la escritura académica. Pero no lo veo como un don, sino resultado de mi experiencia, de mi esfuerzo y de mis ganas. Nunca lo había pensado de esa manera, pero viéndolo así, es cierto que al no tener un don específico, las posibilidades de desarrollar uno son infinitas. Besos, Jime.
ResponderEliminarHola Jime! Exacto, no hay mandatos, no hay cárceles, solo hay un mundo inmenso para explorar hasta descubrir lo que nos conmueve... Porque al final de esos se trata, creo yo, de desarrollar aquello que sentimos que nos toca hasta las fibras más sensibles. Y no tenemos que tener un talento nato para que ello suceda. Beso enorme!
EliminarMe encantó tu reflexión, Carina! Siempre sufri por no saber bien cuãl era mi don, ni siquiera lo que más me gusta hacer en la vida. Me gustan tantas cosas, y me salen bien tantas cosas... pero me cuesta enfocarme en una sola. Y cuando una no se enfoca con exclusividad, suele ser difícil "brillar", ser la mejor en algo. El otro dia visité un viejo cementerio, inaugurado en el siglo XIX, para visitar las tumbas de algunos antepasados. Vi mausoleos imponentes, también tumbas pequenias humildes, bien o mal cuidadas. Y ahi queda claro: lo único que nos sobrevive, la verdadera marca, es el amor que hemos dejado. Claro que si podemos inventar una vacuna, escribir esa obra musical inspiradora o un clásico de la literatura o del cine que enaltezcan las almas, que inspiren otras personas, mejor. Pero si no es posible, a amar. Es lo único que nos sobrevivirá (amar, y no hacer el mal, que infelizmente también sobrevive a las generaciones y deja marcas enormes. Amar, y respetar).
ResponderEliminarHola! Qué bueno que te gustó. Confieso que te leí y se me puso la piel de gallina. Al final del día, amar es nuestro mayor desafío... Una capacidad muchas veces poco desarrollada. Beso enorme y gracias infinitas por compartir tus pensamientos!
EliminarHola Cari:
ResponderEliminarLlevo varias horas leyendo los artículos de tu blog, apenas este año tuve el placer de encontrarte por la red, ya que considero que uno de mis dones es la escritura y estoy empezando a hacerlo de manera habitual y explorando las posibilidades de vivir de esto jeje, entonces como he leído muchos blogs encontré el tuyo y confieso que eres mi favorita, me inspiran tus textos, los vivo, me emociono y me siento afín a ti.
Respecto a este texto te quiero compartir que uno de mis dones es bailar y cuando estaba cursando la vocacional me invitaron a una escuela de bellas artes a cursar la licenciatura en danza folklórica, fue algo maravilloso recibir esa carta sin embargo la decisión se volvió un pequeño infierno, porque recuerdo ser muy autoexigente en todo lo que hacía y para esas fechas la única actividad que hacia con libertad y la que realmente disfrutaba era bailar, así que en un acto de cuidar lo que me daba una sensación de gozo y libertad no acepté la invitación, siento que guardé en un cajita mi mayor tesoro para no contaminarlo con actitudes nocivas hacia mi misma que probablemente me hubiesen hecho odiar la danza.
Ahora sigo bailando y he probado de todo, además del folklor, he bailado danzas polinesias, salsa cubana, jazz, hip hop etc etc y lo disfruto muchísimo.
Me gustó este texto porque concuerdo en que hay un mundo muy grande posibilidades esperando a ser encontradas y hoy leí una nueva forma de nombrarlo "...haber nacido sin un don", en mi interior yo me decía, creo que tengo muchos dones jeje. Distintas formas pero creo que igual de liberadoras.
Te mando un afectuoso abrazo!
Qué lindo lo que compartís Rocío! Es que sí... creo que a veces sin darnos cuenta nos tendemos nuestras propias trampas, nuestras cárceles. Y eso no coarta la exploración y nos llena de angustia. Así que... a volar y animarse a ser imperfecto! Gracias por tus bellas palabras, me alegra mucho que te guste el blog. Beso grande!
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