AURORA VISITA A SUS DEMONIOS (Un cuento inspirado en las maravillosas historias de coraje que llegaron a mí)
Hubo un tiempo sinsentido en que la angustia solía visitar a Aurora sin previo aviso. No alcanzaba con respirar para que la opresión a la altura del corazón cediera; allí seguía, junto a esa roca densa atravesada en su garganta.
Aurora se hallaba adormecida y disolver las piedras para dejar fluir su río no fue tarea sencilla. Tuvo que emprender un viaje épico hacia ese cuarto oscuro que parecía no tener salida. ¿Y si enloquecía en aquella habitación? ¿Y si no encontraba ninguna llave para abrir una ventana o una puerta que le mostrara una salida? Pero debía aventurarse y caminar, aunque sea despacio, hacia la negrura inquietante. Ella sabía que allí, entre los demonios más siniestros, podría hallar a sus ángeles adormecidos por las voces sedantes emitidas por aquellos que temen vivir. Aurora debía dejar de temer, paralizarse, ocultar.
Ella no puede precisar bien cuándo sucedió, aunque sabe que aconteció aquel día en que perdió sus miedos extranjeros para atender su gran miedo: no ser dueña de su propia vida. Aquel gran temor fue su motor, un despertador que la animó a saltar al abismo donde se ocultaban sus respuestas.
Y así, en un amanecer cargado de niebla, emprendió una travesía hacia el encuentro con su verdad, esa verdad que le permitiría hallar su poder y coraje para salir y hablar con honestidad a un mundo que aplaude a los callados, venera el silencio opresor y castiga a los valientes que alzan su voz.
Durante un tiempo sin tiempo, Aurora anduvo con pasos que parecían erráticos, no sabía dónde era que quedaba su destino, pero sabía a dónde iba a llegar. Tal vez haya sido al alba, aunque bien podría haber sido durante el ocaso, las luces danzaban tenues cuando divisó una pequeña puerta, que cedió fácil cuando quiso ingresar. La atravesó con cautela, a la defensiva, y nuevos temores se apropiaron de ella, aunque ese coraje que no sabía que existía supo asomarse para permitirle avanzar.
En un comienzo creyó que había ingresado a la nada misma. Giró sobre sus talones y en un impulso de preservación intentó palpar la puerta de ingreso. Había desaparecido, ya no había entrada, ¿existía una salida? Avanzó sigilosa y a medida que sus pies exploraban la habitación, un pálido destello comenzó a iluminar su camino. Poco podía ver, pero creyó distinguir espejos, rostros tallados en piedra y montañas de polvo. Entonces llegó un grito desgarrador, había salido de su interior, provocado por las miradas que provenían de cuerpos amorfos, todos sentados alrededor de una gran mesa. Aurora lo supo al instante, se hallaba ante sus demonios.
Una idea alocada se cruzó de pronto por sus pensamientos. Tal vez debía acomodarse en aquella mesa para mantener una larga conversación con ellos. Podría preguntarles si preferían un whisky o un café, aunque intuía que lo mejor sería servirles un vaso de agua para mirarlos con transparencia a los ojos.
Cuando todos estuvieron sentados alrededor del espacio circular, una sinfonía de carcajadas en un comienzo tenues se transformó en una orquesta ensordecedora. Intimidada, Aurora preguntó de qué se reían en un susurro que los demonios no llegaron a oír. “¡De qué se ríen!”, la cólera se había hecho fuego y el grito emitido desde sus entrañas enmudeció a su audiencia. De pronto, pudo notar algo ciertamente peculiar: su roca en la garganta ahora pesaba menos y su corazón había acelerado su pulso.
Las risas, menos ruidosas pero firmes, regresaron con un dejo de sarcasmo insolente. “De qué se ríen”. Ya no hubo necesidad de gritar, la voz de Aurora llegó firme, decidida, controlada. “¿Realmente crees que tienes la valentía que se necesita para romper con tu mandato? ¿Realmente te consideras tan valiosa? No vales nada y si abrazas tu verdad serás la desilusión de todos los que te quieren. Eres una tonta si piensas que tienes las fuerzas y, aun si las tuvieras, eres una completa idiota si consideras que por el camino que pretendes tomar hallarás tu felicidad”. Aurora apartó su mirada mientras le hablaban, en su evasiva pudo sentir cómo las ásperas voces de los demonios crecían: “Tonta, tonta, tonta, no eres capaz, tonta...”. Entonces, sintió a esa piedra ahora más liviana que reposaba en su ser, levantó la vista y dijo: “Repitan todo lo que dijeron. Atrévanse”. Y así lo hicieron los demonios, con la mirada de su dueña sosteniéndolos. En ese instante, Aurora recordó una línea que la había conmovido en su infancia, respiró hondo y lanzó:
“Ustedes no tienen poder sobre mí”.
Sin más, los demonios, cabizbajos, disminuyeron su tamaño hasta permitirle a Aurora ver. Y allí, entre retazos de tiempos pasados, rostros familiares convertidos en piedra, e imágenes extrañas, dejó morir lo que ya no le pertenecía hasta alcanzar ella misma su propia muerte. La Aurora que solía ser ya no existía.
Ella no sabe si transcurrió un minuto, una hora, un año, o una gran porción de vida, pero el día en que Aurora renació su llave yacía junto a ella. Al sostenerla en su mano, esta emanó una luz tan fuerte, que iluminó todo el cuarto oscuro. Entonces, rodeada de luminosidad, entendió quién era y sonrió: “Soy Aurora y mi vida es mía”.
En ese instante comprendió que para vivir con liviandad y libertad debía abrazar su esencia y su identidad; debía salir del cuarto y mostrarla al mundo, sin vergüenza. “La vergüenza es del otro, la incomodidad es del otro, el miedo es del otro. Lo que el otro sienta no habla de mí, no me pertenece”, se dijo y caminó hacia un gran portal que le indicaba la salida.
Aurora emprendió el camino de regreso y con valentía defendió su verdad ante el mundo. Fue una batalla dura, pero triunfal. Parte de su coraje había consistido en comprender que poco importaba lo que los otros pensaran, tampoco si los incomodaba, avergonzaba. Su antigua angustia, aquella troncal y enraizada, no había sido causada por el miedo al qué dirán. Su angustia había crecido en su represa por callar, por fingir aquello que no era, por no ser. Pero aquella etapa había concluido y con su triunfo había hallado la paz.
Aurora ya no finge en un mundo donde abundan los simuladores. Ella habla cuando hay que hablar, sus palabras muchas veces no son bienvenidas, y los tiempos, por momentos, se ponen un tanto ásperos ante su verdad. Pero la angustia no ha vuelto a visitarla y el sinsentido se ha desvanecido. Hoy ya no da brazadas inútiles en ríos ajenos, ella fluye por su propio cauce y, por fin, siente.
Siente en este instante el aroma de la vela de gardenia arder, se regocija con el roce de su abrigo caliente, percibe el calor del café en sus labios, goza de la melodía de una música que la conmueve y logra ver en todo su esplendor los colores del otoño. Ya no se siente adormecida, siente que vive.
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Carina Durn
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