El espacio era ínfimo, pero en esa tarde de invierno se había estrechado aún más. Yacía en el suelo, abrazada a mis rodillas, acunando mi cuerpo con mínimos balanceos. Mi espíritu languidecía ahogado entre lágrimas, ropa, papeles y libros, que parecían querer hundirme hasta perderme, sin piedad. ¿ Qué es lo que hacía a h í, en aquella buhardilla extraviada en el fin del mundo y entregada al desamor?, me pregunté, sin dejar de maravillarme por la belleza en el juego de luces que se filtraba por la pequeña ventana. Tierra del Fuego tenía eso, una luz especial en horas extrañas, transparente, pura en su rutina gélida. “Es lo que elegí”, pensé sin cesar mi llanto silencioso. “Tampoco es que estoy tan mal y, al fin y al cabo, todo siempre pasa. No es tan grave, es el camino que tomé, un compromiso del que tengo que hacerme cargo”, continué en una catarata de autoconvencimientos engañosos. Es que en esos días todavía...
En el día a día, a veces es un desafío mantenerse fiel a uno mismo, a la propia esencia e identidad. Lo urgente opaca lo importante y, sin darnos cuenta, corremos el riesgo de aplazar nuestros proyectos, dudar acerca de quiénes somos y cuáles son nuestros verdaderos objetivos de vida. En este espacio propongo que tomemos las riendas, reafirmemos nuestra identidad y nos animemos a abrazar la vida para avanzar hacia nuestros sueños con paso pequeño o grande, pero decidido y lleno de amor propio.