Últimamente por las noches me agobian pensamientos que durante el día se ocultan adormecidos por la anestesia de los ruidos y los quehaceres de la cotidianidad. Los mismos representan mis temores que, con mucha insolencia, cobran dimensiones exageradas por el silencio y el encuentro inevitable con mi ser en esa oscuridad. ¡Increíble!, pienso, ¡De día estos miedos se camuflan hasta minimizarse y de noche surgen superlativos y desproporcionados! Y, definitivamente, ninguno de los dos estados refleja la realidad. Y en esa oscuridad engañosa las sensaciones en mi cuerpo se aceleran y desaceleran, como si mi lecho fuera una montaña rusa sin cabina de control ni guarda, un espacio regido por el pulso de mis emociones impredecibles. Entonces, en un acto de sensatez y guiada por ciertos aprendizajes, me digo: no existe nada más que este aquí y este ahora, y me entrego a él. No importa el ayer ni el mañana. Solo va...
En el día a día, a veces es un desafío mantenerse fiel a uno mismo, a la propia esencia e identidad. Lo urgente opaca lo importante y, sin darnos cuenta, corremos el riesgo de aplazar nuestros proyectos, dudar acerca de quiénes somos y cuáles son nuestros verdaderos objetivos de vida. En este espacio propongo que tomemos las riendas, reafirmemos nuestra identidad y nos animemos a abrazar la vida para avanzar hacia nuestros sueños con paso pequeño o grande, pero decidido y lleno de amor propio.