“Busco que mi familia me entienda, me acepte. No sucede y me duele tanto. A veces no quiero verlos más”, me contaron hace poco.
Esa confesión me acompañó durante los siguientes días, a veces algo adormecida y otras punzante. Y así, entre rutinas, sucesos personales y paseos de verano en la ciudad, comprobé como, una y otra vez, volvemos a ese vicio de pretender resultados distintos insistiendo por los mismos lugares; como diría Einstein: es simplemente una locura.
Pero creo que no es tan solo eso de ir por los mismos lugares y hacer siempre lo mismo, lo que nos empuja a carecer de nuevas experiencias. No... se trata también de nuestra forma de mirar los espacios y los vínculos conocidos. ¿Nos relacionamos con los seres y los lugares habituales en su totalidad presente o con la ilusión de lo que alguna vez fueron, creemos que son o creímos que podrían haber sido? ¿Observamos nuestra cotidianidad con ojos curiosos y siempre exploradores, o llevamos puestos los lentes nublados, esos que solo aprecian lo que se ve a simple vista y dentro de los roles construidos asignados?
El otro día me impactó descubrir un rincón florido que asoma de un balcón del barrio, de esos espacios que conmueven por sus colores intensos y que te dibujan una sonrisa con solo mirarlos. “Siempre estuvo, me encanta”, me dijo Diego. ¿Cómo no lo había visto? La calle de siempre, la vida de siempre y esas flores ahí y yo tan ciega a la belleza. Me apené por mí.
Creo que, a veces, con las personas es igual. Tendemos a relacionarnos con las mismas miradas viciadas por nuestras propias idealizaciones, egos y cegueras. En ellas, tal vez se haya sembrado y haya florecido un nuevo jardín, y nosotros seguimos viendo con los ojos de los fantasmas del pasado.
Y así como nos sucede con ellos, ellos lo experimentan con nosotros. A todos nos cuesta escuchar de verdad y observarnos desde el asombro y la novedad; se nos dificulta relacionarnos desde nuestros presentes en su totalidad.
Entonces, sumida en estos pensamientos, me vuelve una vez más aquello tan complejo y esencial para la salud del alma como lo es el tener la capacidad de soltar.
Soltar cobró últimamente en mí nuevos sentidos. Se dice que debemos soltar todo aquello que nos daña y es cierto; lugares, vínculos y actitudes propias y ajenas que nos restan felicidad y nos consumen una energía que podría depositarse en nuestra siembra y nuestros frutos. ¡Y estoy tan de acuerdo! Pero comencé a comprender así mismo que soltar no es necesariamente decir adiós. Soltar también es resignificar.
Cuando nos animamos a transitar un tiempo extraordinario y emprender ese viaje esencial hacia nuestro interior para bucear en nuestra identidad y lograr un autodescubrimiento, nuestro viejo yo muere para renacer auténtico, sin máscaras. Una vez abrazada y aceptada nuestra esencia sin velos, regresamos inevitablemente a nuestro tiempo ordinario. Y allí, si el cambio fue real, logramos soltar la trampa del ego (pendiente del qué dirán), y nos encontramos con todos los espacios y vínculos resignificados.
En definitiva, soltar nuestro viejo ser significa también soltar las formas antiguas de relacionarnos. En esa instancia, es cierto que algunas personas y lugares dejarán de tener un espacio en nuestra vida. Pero en el caso de otras personas, que tal vez jamás logren aceptar el cambio que implica haber abrazado nuestra verdadera esencia, no ocurra un adiós para siempre, sino que simplemente dejemos de insistir nosotros en que nos observen con otros ojos. Esa insistencia, pertenece a un viejo hábito que, al aceptarnos, aprendemos a soltar.
Por este camino, uno descubre que la aceptación hacia nuestra persona y hacia los otros debe partir de uno, inevitablemente. Que resignificar los vínculos implica soltar las relaciones presentes basadas en las nostalgias del pasado, construcciones imaginarias y las idealizaciones que no nos conectan con las almas de verdad.
Tal vez, si aquella persona que me confesó que le duele que su familia no la comprenda, logra aceptarse así misma en esencia y con amor, deje de insistir en la aprobación ajena y comience a relacionarse a partir de un nuevo presente y no acompañada con los yos del pasado.
En ese soltar y resgnificar el vínculo, tal vez descubra nuevas flores donde jamás había visto que había siembra.
Para despedirme, les dejo uno de los temas más bellos sobre viajes, regresos y resignificaciones.
Comentarios
Publicar un comentario